La secuela del escapulario

Elías Roldán, quien anhelaba ser cura con todas las fuerzas de su corazón y de su fe, un día le llegó su carta de aceptación del Seminario y decidió celebrarlo como más le gustaba, en compañía de su antiguo violín alejado del resto de las personas que lo rodeaban, adentrándose en medio del bosque en una remota cueva que en su extremo posterior desembocaba en una catarata que le propiciaba el ambiente perfecto para él.

Elías se había criado en un entorno meramente católico y por influencia y legado de su tío Abel que dedico toda su vida a los hábitos parroquiales en diferentes zonas de su provincia, en su adolescencia, destacó en el coro de la iglesia de su pueblo. Camino a su adultez había decidido que estudiaría teología debido a su fascinación por la filosofía, de la cual contaba con una generosa colección que en gran medida era alimentada por dotes de su tío Abel, quien además era un fanático de la música clásica y en específico la barroca y la franciscana.

La juventud de Ismael transcurrió de manera, si se quiere normal, sin muchas comodidades pero con pocas carencias, hasta que tuvo que irse a la capital donde su tía lo recibiría y atendería durante sus estudios eclesiales.

En esa misma casa habitaban sus primos Abraham y Tomás, el primero 5 años mayor y el segundo 2 años menor que Ismael. La relación de entrada fue de mucha hostilidad al grado que los primeros meses Ismael dormía literalmente en el suelo.

Pasaron los meses y conforme la relación con sus primos fue mejorando, Ismael retomó la confianza en sí mismo, y un día se adentró en un pequeño bosque cercano a donde vivía con sus parientes, había congeniado tanto con sus dos primos, en especial con Tomás por su afición a las historias medievales, que lograron convencerlo a que acudiera a algunas reuniones donde se daban cita otros individuos que compartían sus gustos por el esoterismo y las artes negras. En este grupo se encontraba Isabela, una bella jovencita que era atraída por el líder del ‘circulo pagano’ como era llamada aquella especie de logia secreta, el líder Sebastián Estrón del cual se conocía apenas su origen gitano-armenio y que permaneció durante buena parte de su niñez en  un remoto pueblo en Armenia.

Sebastián era poseedor de una vasta colección de artilugios de diversas denominaciones religiosas, más tarde, Elías, sabría que todo el material fue obtenido en saqueos a diferentes templos religiosos que fueron asaltados inmisericordemente el misterioso líder. Entre los artículos que figuraban crucifijos, un cáliz de tamaño regular, joyas, cartas, y demás símbolos de diferente uso religioso, pero lo que desde aquel momento llamó mucho la atención del joven fue un escapulario en el cual se habían reemplazado las imágenes de la virgen por algo que parecía ser cabellos humanos, quedando intrigado por la procedencia de aquel extraño contenido al fondo del recuadro del escapulario.

Un día el líder del grupo se ausentó sin rastro alguno, quedando en ese entonces la incertidumbre del que dirigiría los cultos, todo indicaba que sería Enós, el más cercano al armenio, al principio este se negó argumentando no estar preparado para continuar el legado de su mentor pero llegado el momento acepto con una condición: que Isabella fuera su mano derecha y que los materiales religiosos hurtados y algunas veces profanados fueran mantenidos bajo custodia de esta, oportunidad que Elías vio para acercarse al escapulario y conocer más de cerca la misteriosa prenda.

Pasados los días, un titular del periódico resaltaba en su primera plana que Estrón había sido encontrado con sus cuatro extremidades repartidas de manera inversa alrededor de su tronco y en su boca una cruz en forma de daga con una nota adherida con cinta adhesiva que rezaba: “ahora si servirás a tus dioses en el otro mundo”, haciendo clara alusión que su muerte se debía a ideas religiosas contrarias a las suyas. Elías posteriormente supo de boca de algunos aldeanos que al forastero se le responsabilizaba de una serie de desapariciones de jovencitas del propio pueblo y los pueblos vecinos de las cuales nunca se había tenido conocimiento de su paradero, en total eran cuatro las desapariciones durante un lapso aproximado de 3 años, aunque las desapariciones nunca pudieron ser comprobadas en su contra.

También supo que aquel escapulario estaba rellenado del cabello pertenecía a las adolescentes vírgenes desaparecidas, Sebastián siempre les había asegurado de que se trataba de pelo de lobo silvestre de una región asiática del este de Azerbaiyán, que según las leyendas del lugar simbolizaban pureza del alma.

El aprendiz de cura no estaba dispuesto a seguir en aquellas prácticas eran opuestas por completo a sus creencias, su curiosidad tenía un límite y este había copado, por lo que una tarde de febrero decidió marcharse del pueblo.

Las experiencias que le habían dejado convivir con los miembros del circulo pagano aquellos meses las invertiría como enseñanza de vida para no hacer el mal a nadie nunca, su gran propósito en la vida era servir al prójimo y que mejor forma de hacerlo que desde un pulpito ante una feligresía y el acompañamiento que estimaba brindar sobre todo a las jóvenes para que no se dejaran engatusar por canallas como Sebastián, Enós o sus primos.

Antes de su viaje se presentó Isabella con un viejo sobre, del cual le suplico lo ocultara muy bien y lo abriera y descubriera lo que contenía hasta que estuviera muy lejos del pueblo. Ignoraba, Elías, de lo que en sus manos estaba depositando Isabella, aquello marcaría el rumbo de su vida y lo seguiría adonde quiera que fuera.

Hospedado en su nueva morada, con sudor en su frente producto del miedo y la duda, rompió lentamente el sobre desprendiéndose de este hacia la cama un pequeño cilindro en forma de pergamino quedando en el fondo del sobre un pañuelo de color negro dentro del cual se hallaba el escapulario.

‘En estas líneas se haya grabado el poder de la impensada alba y bastará su inicio y atadura para que su voluntad pasara al servicio de las tinieblas y en el ocaso de los tiempos escribirá sus secuelas. La fe nos hará invencibles y eternos’ S. E.

Ante aquellas palabras, Elías se encontraba escéptico y decidió prenderle fuego junto con el cabello que contenía el escapulario y lo arrojó a la taza del sanitario hasta que quedaron reducidos a negras cenizas. ¡El peor error que podía cometer estaba consumado!

El recién ordenado sacerdote Ismael Roldan, al llegar al municipio de Sensenti, Ocotepeque, y donde a partir de ese 5 de noviembre de 1963 comenzaría sus servicios eclesiásticos al frente de esa feligresía. El frio recibimiento, por parte del Acalde de la comunidad y el dueño de la posada donde se hospedaría de momento no presagiaba un buen comienzo para el sacerdote.

En la habitación de la posada luego de tomar una ducha y tirarse boca arriba en su cama, al cerrar por un momento los ojos en busca de un descanso, sacó de su maletín el viejo y oscuro escapulario lo observó por un par de minutos, luego lo ató a su cuello y luego se quedó dormido por un buen rato.

Al despertar comprobó, que ya le quedaban pocos minutos para su primera reunión con los líderes feligreses de aquel pequeño poblado, y al tiempo que bajaba las gradas que daban a la calle empedrada su mirada se cruzó con la de la inocente Estela, una jovencita de unos 16 años.

Al terminar su reunión salió en busca de la de la pelirroja jovencita. Horas después, durante la madrugada de su primer día como cura de la comunidad, Elías despertó con sus manos heladas sobre el escapulario en su pecho y sosteniendo un pequeño mechón de suaves y rizados cabellos y a su lado yacía sin vida la hermosa Estela. La secuela de la que hablaba el pergamino había iniciado.

FIN

 

 

 


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